
La pasión está inevitablemente ligada a la danza. La abarca, la abraza, la envuelve. Si la pasión abandonara a la danza, esta sería vacía, solo sería una seguidilla de movimientos aprendidos, ya no habría arte.
En la danza, el cuerpo es la materia prima y a la vez el instrumento. La técnica enriquece a esta musa que, al lado de la música, acompaña sabiamente todos los momentos del existir humano.
Cuando hablamos de pasión no nos referimos al sufrimiento sino a ese impulso que lleva a querer algo con mucha fuerza, es un sentimiento, un querer, que va más allá de la simple inclinación o habilidad.
Y si esa semilla, que al parecer es innata, se siembra, se abona y se cosecha en el momento justo, el resultado no es otro que el de un cuerpo alcanzando los límites de su naturaleza humana y expresándose a plenitud.
Dicha plenitud se logra con técnica y estudio, tal como sucede en diferentes expresiones dancísticas, ya sea la folclórica, la clásica, la moderna, la contemporánea, experimental o muchas otras que existen así como culturas y pueblos en el mundo hay.
Al ver las entrevistas de los artistas que han sido artistas de la semana en Danza en Red y otros tantos que han hablado de su trasegar por el mundo de la danza nos encontramos con que este arte siempre encuentra a su bailarín.
Es como si la danza estuviera escrita en el libro de su vida, marcada en su piel. No pocas historias tienen en común una división entre el profesional convencional y el bailarín, y pese a que este en un cierto punto de su historia de vida se ve forzado a “dejar la fiesta”, la danza lo vuelve a encontrar.
La danza en muchos casos está envuelta en una historia de encuentros y desencuentros; pero al final de cuentas, la semilla que ha sido sembrada desde la concepción del bailarín y abonada pertinentemente con la técnica y enseñanza necesarias, se ve impulsada por la pasión por la fuerza que impulsa al bailarín a no dejar abandonada la danza, o ¿Es la danza quien no abandona a su bailarín?
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