Ya en el siglo XIII se empiezan a crear los rudimentos de una biopolítica cuyo objeto serán los procesos biológicos -nacimiento, mortalidad, salud, duración de la vida, reproducción, etc.-, tanto del cuerpo colectivo o población, como del individuo, con el ánimo de hacer de ellos cuerpos disciplinados, saludables y productivos, sirviéndose de anatomo-políticas o tecnologías de gobierno somático, implementadas por instituciones como la familia, el ejército, la escuela, la policía y la medicina, entre otras. Estos procesos se mueven en todos los terrenos del mundo de la vida, gobernados por fuerzas que los sostienen, operando como factores de segregación y jerarquización sociales para garantizar relaciones de dominación, invadiendo el cuerpo viviente y gestionando su valorización (Foucault, 1977). Aunque la bio-política descrita por Foucault está asociada a la modernidad, aun hoy tienen vigencia sus postulados, sin embargo, como alerta Muñiz (2013), los discursos corporales de la pos nacionalidad, apelativo que en resonancia con ella podemos adjudicar a la nacionalidad posmoderna, han empezado a entrar en vigencia, como veremos en el panorama discursivo que emerge de esta matriz.
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